Aún no puedo dormir

Fue una tarde tranquila y refrescante, Eduardo Faya tuvo la visita de su familia al Hospital Mogrobejo. Su hermano, su segunda esposa, Celia, y 4 hijos suyos lo visitaron. Todos ellos y los que no llegaron a asistir le brindaban todo el apoyo que tenían para que él pudiese salir de la hemiplejia que le dió a sus 54 años.

Comenzó como una tarde cualquiera, Eduardo se disponía a abrir el restaurant que tenía, cuando de pronto le dijo a Celia que sentía un malestar y se recostó en dos sillas. Al cabo de unos minutos la esposa llamó a Dina Faya, la primogénita de Eduardo, y le explicó que su padre no se encontraba bien. Dina llegó al restaurant junto a un primo suyo, Heber, y sin pensarlo dos veces lo llevaron con cuidado al hospital más cercano, pues no les pareció normal que alguien se echara tanta agua a la cabeza por sentir que le quemaba mucho.

Al salir del restaurant los vecinos más allegados al señor Eduardo se le acercaban asombrados por su estado y a la vez preocupados, ya que la mayoría de los vecinos le tenían mucha estima. Estos solo le preguntaban, Señor Faya ¿qué ha pasado? ¿se encuentra bien? y él sólo respondía: “ si si, estoy bien” moviendo los labios con mucho esfuerzo, pero demostrando fortaleza y alegría.

Los doctores reportaron el estado del señor, tenía una parálisis de medio cuerpo, lo que se denomina como hemiplejia. La familia entonces decidió trasladarlo al Hospital Mogrobejo, pues es de esos hospitales especialistas en neurología. La presión alta de la que siempre sufría Eduardo desde hace años atrás era lo que lo llevó a estar en ese estado, sin embargo el sabía que no quería echarse atrás por ese problema, solo le preocupaba el si podía.

Pasó un mes internado en aquel hospital y su hija Dina siempre lo visitaba dos veces a la semana. Le traía siempre una fruta o algo que le gustaba a él y lo sacaba a dar un respiro a los jardines que tenía el hospital, a ella le gustaba llevarlo siempre a los jardines en la silla de ruedas, claro que siempre los acompañaba un enfermero por su cuidado y como parte de la política de la institución médica.

Dina estudiaba enfermería, pero siempre buscaba el tiempo para poder visitar a su padre y para poder contarle lo que pasaba en el día. Así fue como pasó el mes, entre visitas, cuidados, rezos y al fin Eduardo regresó a su casa, aún requería de tratamientos y terapias que le exigían para poder llevar una vida normal. Asistió al hospital muchas veces por poco más de un año y así mejoró significativamente su salud.

Lo años continuaron su ritmo, y ante todo pronóstico no llegaron recaídas para el hombre y no volvió a sufrir por su presión alta. Aunque su salud mejoró mucho a lo que se encontraba, tuvo siempre cuidado con sus quehaceres. Sin embargo su salud mental empezó a tener ciertas desviaciones, reposaba más tiempo en su cama, dejó de hacer sus labores rutinarias y a veces no reconocía a los que le rodeaban.

Dina sentía un gran pesar y un día como cualquier otro, cuando ella lo visitaba; él la reconoció de pies a cabeza. La miró como cuando recuerdas a tu hijo desde la primera que respiró y lloró por el dolor que le causaban los pulmones al estirarse. La recordó cuando la llevaba a la escuela y cuando se disculpaba por ser brusco algunas veces, y la recordó con esos ojos brillosos y felices que botan ese pequeño líquido cristalino en el que te puedes reflejar.

Eduardo dijo: “Te veo mi pequeña”, y ella lo abrazó con mucha fuerza como si no quisiera que se le escape el alma del cuerpo de su padre. Finalmente ella lo dejó cuando él entró en sueños.

A los 67 años de edad, Eduardo falleció; lo encontraron en su cama una mañana, él se encontraba en un sueño tranquilo, un sueño del cual ya no quiso despertar.

La quinta olvidada

El sol iluminaba toda la quinta, el aspecto rural y el claro paso de los años dejaba muchas cosas a la imaginación. Sus decadentes edificaciones y el destierro del lugar causaban la sensación de observar algo olvidado. Y a pesar de las tremebundas historias y mitos que se inventaron sobre el recinto, existen cuatro familias que la habitan, cuatro familias que la cuidan.

Un grupo de jóvenes interesados por la mística temática se envalentonaron a sí mismos para visitar aquel sitio, ahí conocieron a Miguel Vásquez, uno de los señores encargados de conservar el lugar. Con un aspecto decaído y serio, pero no por eso débil, sino que por el contrario, con una fuerza inconmovible. Él explicó cortantemente que el territorio era privado y que no se le permitía el paso a los civiles, sin embargo hizo una excepción con ellos. Al parecer les cayó bien o simplemente extrañaba ver rostros curiosos. El cancerbero aclaró que la quinta tenía sus propias cámaras vigilando, por si los chicos intentaran algo estúpido, y así inició el pequeño recorrido de los jóvenes.

El lugar era más grande de lo que ellos idearon, las pequeñas calles guardaban el aspecto de unión vecinal y de comunidad que existió alguna vez. Las pistas fueron hechas con pequeñas piedras, aunque con los años se le agregó asfalto y un rompemuelles a una esquina, tal vez por los mismos vigilantes. Todo indicaba que hace algún tiempo transitaron vehículos por aquellas callejuelas, aunque no se encontraran vehículos dentro de la quinta.

Las edificaciones, en su mayoría estaban en un muy mal estado, según los guardianes no tenían ya nada más que solo escombros dentro. Los saqueadores habían arrasado con todo hace años atrás, un tiempo en el que aquellos cuidadores no vigilaban aún. Dentro de las casonas profanadas existía una oscuridad fúnebre que causó temores en los jóvenes.

Sin embargo, el Don Miguel Vásquez comentó que no había nada que temer, que el sitio era mucho más seguro que las mismas calles de fuera de Barrios Altos. “Yo nunca he presenciado nada aquí, a pesar que mis colegas me comentan que escuchan cosas por las noches”, respondió con cierto orgullo. Don Vásquez aclaró que todos los cuentos que se susurran sobre el dominio son solo eso, puro cuento.

Lo único que le inquieta del lugar son los indigentes, los ladrones, los ebrios o los drogadictos; que rara vez entran a husmear. Recordó que una vez tuvo que enfrentar a uno de ellos en conjunto de sus compañeros. El yonqui tenía una botella rota en la mano y movía su brazo cual demente cuidando de sus pertenencias, recordó también que si no hubiesen llegado a tiempo sus compañeros no hubiese controlado la situación, y que tal vez incluso no estaría en ese momento contándolo. Luego de saciar la curiosidad de los muchachos, les guió a la salida.

Los jóvenes agradecidos se despidieron, Don Vásquez les indicó que tengan más cuidado fuera de la quinta, pues el verdadero peligro de Barrios Altos son los propios vivos y no los cuentos. “La quinta está olvidada por todos chicos, y con ella nosotros. Mucho cuidado allá afuera”.

Historia de la niña y de Gaia

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Había una vez  una niña que caminaba por el bosque angustiada de la vida. Todo el tiempo meditaba, y mientras caminaba veía salir el sol y la luna.

Un día, después de tantos; se encontró con un árbol grande, grande y ancho como una montaña. Ella logró acercarse a este titánico de la naturaleza con mucha dificultad, los pasos le pesaban cual si llevara plomos en sus pequeños zapatos de charol. El terror le invadió el cuerpo al tener tan de cerca al imponente árbol.

De pronto, sin remedio alguno, escuchó como crujió el árbol. El sonido fue tan ensordecedor como si rayos hubieran tronado a metros de la pequeña. Sin remedio una gran puerta que se encontraba en la corteza se abrió.

La niña pasmada cayó sentada en el abundante pasto verde y muy callada vio como muchos animalitos salían de aquel inmenso árbol. Búhos, pequeños monos, ardillas y hasta mariposas salieron para recibirla. Rodeada se encontraba la infanta y mareada también.

Fue cuando el gran árbol habló: “Oh, pequeña; temerme no debes. Pues de mi nacen las flores y los frutos. Témele a aquellos a quienes llamas semejantes, pues en ellos estarás depositando tu futuro y tu pensar”.

La muchacha asombrada respondió: “Pues mis semejantes abandonada me dejaron, por qué he yo de confiar en ellos”. El gran árbol sonriente contestó: “No deberías joven damisela, deja que mis ramas te acojan y que mis acompañantes te guíen. Pues a partir de ahora serás parte mi propia Gaia”.

Ríos encadenados

Soy un pez, un pez libre que nada sin rumbo alguno, porque mi cardumen me abandonó; porque yo renuncié a él. A mi suerte estoy ahora en estas rutas salvajes.

 

Soy un pez, un pez con miedos y defectos, un pez imperfecto y perfecto, uno que le teme a los tiburones que rondan y olfatean esos miedos. Pero valió la pena, ha valido la puta pena dejar a los de mi clase atrás.

 

Me aventuro a nuevas aguas, turbias y gélidas, aunque a veces cálidas y hasta infernales. Mis demonios me atormentan por cada aleteo que doy.

Soy un pez, un pez que aprendió contigo a encontrar y probar, a saborear y a distinguir, a buscar y a rebuscar frescas experiencias. Nuevas experiencias, cosas por ti , cosas sin ti.

No me regreses mis cartas

Dedicatoria :

Estas humildes palabras no podrán ser vistas. Este cofre cerrado con mi candado, solo podrá agrietarse con tu mirada, solo podrá ser entendido por tu alma. Ni siquiera mi ser. Nunca nadie podrá perforar mi corazón como tú lo hiciste. Con esas dulces manos llenas de miel y con toda tu inmensa pasión, y con toda tu inmensa pasión.

 

Carta I

Empezaré recordando aquel día, el día en que me conociste. El día en que Adán se enamoró perdidamente de Eva, ¿puedes imaginar lo que sintió Adán al conocer por primera vez a su único complemento?, es decir ella fue la primera mujer en toda la faz de la tierra. La perfecta dama para él. Una creación hecha para él. Esta dicha no ha sido sentida nuevamente por ningún hombre durante siglos, al menos no hasta ahora.

Recuerdo muy bien como me conociste. Tú te hallabas ahí, en aquel asiento al lado mío, yo, sin darme cuenta de tu presencia; estaba de pie, pensando en algo que ni siquiera puedo recordar ahora.

Entonces te levantaste, y como si se tratase de un relámpago que aterriza, me partí en dos. Tú, me acariciaste el rostro, con esas manos tuyas. Se sintió como un viento cálido que de a pocos me iba adormeciendo y arrullando.

Este mismo relámpago partió en dos a un hombre hace siglos de siglos atrás. Adán no pudo haber descrito de mejor forma aquella mirada, aquella que también recibió; aquella que le fue concedida.

Bienaventurados los hombres que reciban tus miradas, porque de esas sus corazones se tornarán más grandes. Aunque desdichados también lo serán, ya que nunca podrán conseguir ni en este ni en otro mundo algo singular, algo tan perfecto.

Te miré tan fijamente, de seguro intensamente también a los ojos. Y como si se tratase de aquella escena en el circo de la película “Big Fish” de Tim Burton, el tiempo se detuvo, el mundo dejó de girar. Cupido no pudo haber realizado mejor trabajo, sólo que esta vez le atinó a uno de los dos y nunca terminó su gran proyecto, que parecía tener grandes expectativas y ambiciones. Puras artimañas.

Todos sabemos cuál es el trabajo de Cupido, se encarga de “flechar corazones”. Pero nunca nadie nos ha contado que este pequeño ingenuo desconoce todo sobre la justicia de las almas. Visto de cierta manera, él es incluso tan cruel como cualquiera de nosotros. Tan imperfecto como nosotros. Olvidando terminar aquel trabajo que juró realizar. Aquella labor por la que todos sufrimos.

Si hubiese tenido el conocimiento del incompleto trabajo de Cupido, habría aprovechado aquel momento en el que la tierra se detuvo, para reflexionar y así poder evitar tantas complicaciones existenciales.

Claro que no me arrepiento de nada. No me arrepiento de haber compartido un tiempo contigo, aun que la mayor parte de estas vivencias hallan sido decepcionantes. Es solo que hubiese sido mejor si el final de esta historia terminara como algún cuento soñado por Dante Alighieri.

¿Recuerdas cuándo me preguntaste por mi estado?, según tú yo estaba pálido como una nube; aun que yo no lo había notado. Solo pensaba en la perfección de tus acciones y de tus emociones.

Parados ambos en un salón de primer ciclo. Quién pudiese haber imaginado que aquel día a las 12:55 de la tarde, conocería a mi Dulcinea del Toboso.

Luego de tal maravilloso acontecimiento humano, no dudé en preguntarte si podía acompañarte, si podrías concederme el maravilloso privilegio de poder observarte cada vez que podía. A pesar de cómo me habías tratado aún existía la remota posibilidad de que negaras mi desesperada petición.

Aun que solo era una distante posibilidad, ya que desde que iniciaron las clases tú nunca te habías sentado con alguien del salón hasta entonces.

Siempre que recuerdo este acontecimiento me pregunto, y la verdad  es que me gustaría preguntarte alguna vez lo siguiente: ¿Aquella vez te acercaste a mi con sólo la intención de querer alguien de compañero?, con voz temblorosa. Así imagino mi guión.

Ciertamente espero algún día recordar esto contigo, porque siéndote sincero, no puedo aceptar ni creer que tú sólo hallas querido charlar con alguien una tarde cualquiera antes de clases.

Al fin y al cabo, accediste en aquel momento a mi compañía. Yo disimulaba mi interés y manejaba cuidadosamente mi sencillez y mi tranquilidad. A veces imagino otro inicio para esta desdichada historia. Como cuando imagino que nunca me detuve en tu asiento para meditar, también imagino una historia en la que Cupido nunca me atinó el flechazo, pero que por la pequeña distancia, le dió a ella. La mejor historia es cuando imagino a Cupido flechándonos a los dos.

A veces imagino algo tan trágico como cuando sueño que un gran terremoto nos interrumpe el glorioso instante. Entonces yo la ayudo a escapar cubriéndola de todos los escombros que caen. Y cuando ya estamos apunto de escapar, una gran pared se precipita hacia nosotros, yo reacciono como un completo spider-man y la empujo hacia a una zona segura. Mi vida a cambio de la suya. Todo un héroe para que así, siquiera, ella me recuerde siempre.
Sí, mucha ficción existe en mi cabeza, ya me lo han dicho antes.

Pero la cruda verdad es que no podrá existir algo tan perfecto como lo que realmente sucedió. Sucedió como tuvo que suceder.

Así fue como te empecé a conocer y a adorar. Así fue como me enamoré por primera vez. De esta manera termino con mi primera carta. Espero que me entiendas y no me desprecies. Aquí estoy yo, con toda la mutilación que recibí por tu parte. Aquí estoy y sigo en pie.

Por siempre seré, tu demente enamorado; por siempre serás, mi amor desinteresado.

Carta de una difunta alma (parte V)

Mi trabajo aún no había terminado, de la carroza saqué un cuerpo, el cuerpo del niño de 8 años que vivía en aquella familia asesinada. Aproveché el río y su caudal para llenar de grandes piedras la bolsa y cerrarla con una soga Lanzamos el cadáver al río y de a pocos este fue sumergiéndose. El alivio regresó a mi, pero aún sentí que era la noche más fría de toda mi vida y que jamás encontraría paz en mi.

Evidentemente mis otros dos colegas quedaron horrorizados al ver lo que hicimos, pero callaron y no pronunciaron ni una palabra de regreso a mi domicilio.

A la mañana siguiente, mandé a mis dos seguidores más fieles a entregar los cuerpos a la corte. Sabía que los soldados que trataron de abusar de Aida estaban involucrados en este asunto de la orden de asesinato. Sabía también que ellos no podrían ver los cadáveres porque está prohibido para ellos. Así que para evitar que manden a revisar el hogar de Kodlak, mandé una carta explicando que como responsable de este asunto decidí incendiar la casa de Aida, porque podría contener males y esoterismo.

Mi plan funcionó a la perfección, como si hubiese sido planeado por alguien superior a mi. Me sorprendí incluso de lo bueno que pude ser en tramar algo tan macabro. Por miedo a mayores decidí regresar a Solstheim a reivindicar mi pecado, aunque claro está que luego de lo sucedido, nunca pude dormir de la misma forma. La salida de Millturn se me fue fácil, al parecer el rumor de los deseos de los otros sacerdotes si era cierto, querían que me vaya de aquella ciudad.

Pasaron los días y cuando a Millturn llegué la corte me esperaba y no para darme la bienvenida. Escribo estas palabras para desahogar el gran sufrimiento que aún padezco, escribo estas palabras para confesarle a alguien el gran horror de mis actos, y finalmente escribo estas palabras para saber que aún estás ahí. De que no me has olvidado y a pesar de que me encuentre ahora en una fría celda en Millturn me cuidaras como siempre lo has hecho.

Pido misericordia mi señor, pido tu misericordia para conmigo. Deja que me vaya de este mundo en paz, porque sé que aún no me has abandonado, porque tengo fe en ti y en tus actos. Libérame de mis demonios gran Talos y libérame de esta horrible jaula.

Siempre tuyo, tu fiel servidor, Loktar.

MILLTURN

Carta de una difunta alma (parte IV)

Desde entonces me dediqué a visitar más continuamente a la familia de la joven Aida y cada noche enviaba uno de mis ayudantes a que resguarde el domicilio. Luego de lo sucedido el padre de Vilkas me tomó por buen hombre y me confió su amistad, agradeciendo de ese modo. Kodlak era su nombre y demostró ser un hombre de bien, cómo lo había sospechado desde un inicio. Me contó la historia de su familia, que había sido asesinada por soldados como los que trataron de destruir lo que aún le quedaba. Yo le di mi palabra que protegería a su familia hasta donde pueda llegar mi poder como sacerdote.

Al cabo de un mes sucedió lo inesperado. Temía por la familia de Kodlak lo que podría ocurrir por tratar de defenderla como si fuera la mía misma. Un día me llegó una carta en donde se me daban órdenes específicas de mandar a asesinar a Kodlak, Aida y Vilkas.

Entre en un estado de desesperación y un frío sudor recorría mi cuerpo al terminar de leer las razones de la orden. A Aida se le acusaba de hechicería, por salvar a Lican con algún tipo de esoterismo prohibido por Talos. El pánico invadió mi alma y por unos minutos dudé de la veracidad de la carta, pero mi mente dudo de Aida misma. Yo quedé profundamente dormido en el momento en el que ella curó a Vigilancia, no tenía pruebas y no sabía exactamente lo que sucedió en ese instante. El responsable del caso era yo, y era obligación mía terminar con lo que empecé según la orden.

Una gran sensación de responsabilidad pasaba mi alma y entonces ideas merodeaban en mi mente. Hasta que encontré la salida a este embrollo. Esperé la noche y mandé a dos de mis ayudantes a proteger el domicilio de Kodlak. Luego salí a escondidas, con tres bolsas grandes, con dos de mis más fieles seguidores y encapuchados todos abandonamos mi casa disimuladamente. Deje a Lican porque no quería que esté involucrado en estos asuntos y no quería ser reconocido por nadie en las afueras.

Cogimos una carroza y nos dirigimos por las calles hacía un lugar muy lejano de aquella gran ciudad. Llegamos hasta donde ya no habían muchas casas y pocos pobladores. Esperamos escondidos entre los matorrales del lugar a que las personas ingresen en sus domicilios y de pronto escuché el llanto de un bebé en una de las casas.

Aguardamos entonces como les dije a mis seguidores a que se durmieran todos. Y antes de cometer mi depravada acción les dije a mis compañeros: ¿Ustedes me seguirían hasta el averno? a lo que ellos contestaron, – por ti mi señor, hasta el mismo averno-. Entonces en voz alta y temblorosa dije – Que Talos nos perdone-.

Ingresamos sigilosamente a la residencia en donde escuchamos el llanto, No despertamos a ninguno de los habitantes, y sin más remedio y con el dolor de mi remordimiento, llevamos acabo el asesinato. Con mucho éxito culminamos el gran crimen, pero ocurrió la posibilidad que temía que sucediera. En aquel hogar se encontraban cuatro personas.

Los padres y dos niños, lo que dificultó la labor que teníamos. Pero de igual manera continuamos con el macabro objetivo. Llevamos los cuerpos hasta mi domicilio, luego recogimos a Kodlak y Aida, quienes se sorprendieron al verme a esa hora de la noche y aún más con el rostro pálido que tenía. Les expliqué rápidamente que se encontraban en peligro de muerte y que deberían viajar a otro lado.

Kodlak intentó calmarme pero les ordené que empacaran y guardaran sus cosas para el viaje. Al verme en tal desesperación ellos obedecieron, mis dos ayudantes que se encontraban en la casa se quedaron pasmados al verme también, pero les ordené que ayudaran a guardar las cosas. Yo esperé afuera con los otros dos asistentes.

Una vez salió Kodlak y su familia les pregunté si conocían un lugar lejos de aquí en donde nunca nadie los podría encontrar. Kodlak afirmó que conocía uno y que me guiaría por donde es. Así fue como rápidamente cabalgué la carroza hasta donde Kodlak me dirigía y llegamos a un río en donde había un pequeño puente por donde la carroza no podría pasar.

Bajamos todos del vehículo y Kodlak dijo, – aquí termina el camino con carroza, nosotros caminaremos a partir de ahora. Gracias por todo lo que has hecho por nosotros, nunca olvidaré tu gran amistad Loktar-. Ambos me abrazaron y no pude contener las lágrimas de saber que al menos algo vil pude evitar en aquellos a quienes no lo merecían. Les di las gracias a ellos también y me quedé a verlos hasta que sus siluetas desaparecieron en el horizonte.

JUNGLA

Carta de una difunta alma (parte III)

Se habían cometido ya más de 200 muertes por blasfemia y brujería. Eso apenó mis humores, porque la impresión que aquella mujer me dió fue el de opinar que los indígenas de esta tierra eran de amistosos y abiertos a nuevas ideas, pero me encontraba en un desacierto. Los días pasaron, yo cumplí con mi deber como se me fue asignado, no negaré que ocurrieron muchos inconvenientes y que se me complicó mucho mi labor al tratar de no encomendar algunas muertes por justificación divina. Eso conllevó a que mi reputación se vea tergiversada además de ganarme cierta antipatía por mis demás colegas.

Ellos temían de mis actos y desaprobaban muchos de ellos, pero continué y luche por no caer en sus trabas. Inclusive, un rumor llegó a mis oídos, que afirmaba que varios compatriotas míos me querían de regreso a Solstheim. Aún así no caí y continué por ti señor, porque sabía que tú me seguirías protegiendo.

En esos días aprendí el idioma de los nativos, uno al que llamaban argoniano. Aprendí lo más pronto posible para poder predicar la divina palabra, pero lo hice también para poder comunicarme con la joven madre que ayudó a Vigilancia. No había olvidado aún el gran favor que me había brindado. Por esa razón, en muchas ocasiones le llevé a su familia presentes y alimentos. No pasó mucho para saber cuál era su nombre, Aida se llamaba y su hijo Vilkas. No le pregunté por el padre de su niño porque sabía que no era un amigo para él y no quería forzar ninguna relación. Mi intención era preguntarle yo mismo a aquel señor.

Pasaron así unos dos meses y medio aproximadamente, y mi admiración por estos nativos se incrementaba, su manera de sobrevivir a la naturaleza y su forma de vida aún me desconcertaba. Ellos difícilmente contraían alguna enfermedad, su protección era natural y resistían los climas extremos, resistían el abrasador sol.

Pese a esto, varios compañeros de Solstheim se resistían a aprender las habilidades y las formas de vivir del lugar. Ellos por el contrario querían imponer un estilo de vida que era casi imposible de entender para los pobladores de Millturn. Y ese era uno de los más grandes errores de mis compatriotas. Durante mi estancia, presencié muchos asesinatos y abusos contra los aborígenes, no pude evitar muchos de ellos y eso me decepcionaba en gran medida.

Un día mientras me dirigía a visitar a Aida ocurrió algo nefasto. Yo andaba cerca de su casa cuando de pronto observé que Lican se alarmó. Traté de ver que le ocurría, pero entonces este echó a correr directamente a la casa de Aida. Yo me inquieté y solté los presentes que pensaba obsequiar. Corrí lo más rápido que pude a aquella humilde casa.  Y entonces vi el horror que trataban de hacer dos soldados con la dama, mientras otro apuntaba con la espada el cuello del marido.

El perro se había lanzado directamente a la pierna de uno de los soldados mientras el otro intentó asesinarlo con su espada. Yo grité con una voz que salió con gran potencia: ¡Alto en nombre de Talos! y todos los que se encontraban en aquel lugar se detuvieron. ¿Qué se supone que están tramando soldados? pregunté. Pero ellos se limitaron a responder – Solo cumplíamos nuestro deber-.

Con gran pesar y defraudado les ordené a los deshonorables soldados que abandonaran el lugar y que se dirigieran directamente a su cuartel. Mientras tanto Lican gruñía en todo momento a mi lado.  Aquella tarde fue el comienzo de algún error que cometí más adelante. En ese momento ayudé a Aida que por alguna bendición no llegó a ser ultrajada, su esposo se encontraba malherido por golpes y su hijo solo lloraba por el terrible suceso.

abrasador

Carta de una difunta alma (parte II)

… Yo cedí y respondiendo con el mismo lenguaje le entregué a mi can, al quien ella con mi ayuda recostó en la cálida tierra. Una vez que se encontró en el terreno, la mujer con delicadeza y paciencia procedió a darle de beber ese extraño mejunje, el cuál hizo alejar a mi can de los brazos de Morfeo. Con gran alivio pude respirar profundo y darle las gracias a la señora, aunque nada de lo que pronuncié ella entendió. Pero con gestos y expresiones logré comunicarme con ella. Lican pudo despertar y en forma de gratitud di mi bendición a la salvadora.

Luego del suceso, algunos compatriotas procuraron escoltarme a mi residencia, sin embargo les negué la cordialidad y en cambio les contesté que podría llegar al lugar por mis propios medios. Además me encontraba bien resguardado con mis ayudantes. El diálogo con mis compatriotas no llegó a tornarse complicado, a pesar de que insistieron en llevarme a mi domicilio. Mientras eso sucedía, la dama aún se encontraba asistiendo a mi mascota.

De pronto ella me indicó que debería seguirla con mi can, entendí entonces que deseaba llevarlo a otro lado para conseguir reponerlo del todo. Yo y mis hombres accedimos y seguimos a la joven madre hasta su morada. Dicho sea de paso, el camino fue algo corto pero yo y mis seguidores quedamos sorprendidos por los edificios construidos. A pesar de su rústica y ordinaria forma de construcción, se apreciaba que existía mucha preparación y un gran avance en cuanto a estructuras se refiere.

Rápidamente eso olvidé cuando entramos en la residencia de la señora y se apreció una escena incómoda, donde se encontraba ella discutiendo con su conviviente mientras el bebé llorando estaba. Claramente se notó que el señor de la casa no se encontraba agusto con nuestra sorpresiva visita. Estuve a punto de desalojar el lugar con Lican en brazos aún, porque este todavía no podía dar pasos, hasta que ella me retuvo del brazo y me invitó a recostar en una mesa a mi enfermo amigo.

Luego trajo de alguna habitación ciertos ungüentos y pócimas, estaba seguro que pediría mi asistencia o la de mis hombres. Pero en vez de eso ofreció sentarnos en sus sillas a esperar. Traté de mantenerme despierto, aunque al cabo de una hora quedé profundamente dormido. La travesía había agotado mis fuerzas y las de mis acompañantes.

Despertamos todos casi simultáneamente por el sol y la fría brisa del mar por la mañana. Me percaté que Lican no se encontraba en la mesa y en ninguna parte de la habitación en donde nos encontrabamos. Mi preocupación aumentó gradualmente con el tiempo, lo llame por su nombre, con ruidos y palmadas; y no obtuve respuesta alguna.

Mis discípulos me insistieron en entrar a las demás habitaciones a revisar, aunque en ese momento concordé con sus sugerencias, me detuvo el ruido de la puerta de entrada que se abría. Para mi júbilo quien ingresaba no era sino Lican y su sanadora, él corrió dando brincos hacia mí, moviéndose y ladrando de un lado a otro.

La señora, que con mi can llegaba, pronunció una gran sonrisa en el rostro y nos convidó unos alimentos frescos que trajo de fuera. Sabía que la señora era de un alma amable y humilde, sentí la bondad en ella. Sin pensarlo dos veces indiqué a mis hombres que nos retiraríamos rápido del lugar luego de terminar los alimentos. Di las gracias como pude a la joven dama y le di mi bendición nuevamente.

Avisé que Lican se había encariñado mucho con ella, pero bastó con una llamada para que él saliera del lugar conmigo. Una vez fuera de la residencia nos dirigimos al puesto de vigilancia más cercano. Curiosamente había dejado pasar un gran detalle de esta nueva tierra, y es que se encontraba habitado también por compatriotas míos desde ya hace tiempo atrás. Ese pensamiento no distrajo mucho mi mente y con ayuda de mis allegados me dirigí a mis aposentos.

Gracias a ti señor, el lugar de mi vivienda no se encontraba muy alejado del de aquella bendita señora. Pero ese día me dediqué completamente a mi labor y a informarme de todas las acciones que se habían realizado hasta el momento para poder propagar la palabra cuál gran plaga. Aunque me di con la gran sorpresa al enterarme que las cosas en aquel lugar eran más crudas de lo que yo esperaba …

brisa

 

Carta de una difunta alma (parte I)

Esta es una historia que narra la tragedia de un sacerdote en los tiempos de las conquistas. En donde las armas y los asesinatos en nombre de un dios, se cometían como pan de cada día. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, ya que la veracidad del relato nunca ha sido verificada. Pues no se hable más, he aquí el lamento de un alma desdichada que simple y llanamente quiere ser escuchada.

Amado Talos:

Quisiera empezar esta declaración narrándote mi relato con dos palabras: orgullo y dignidad. Y es que orgulloso estoy de mis actos, pero ante tu mirada, sé que mi dignidad ha desaparecido y se encuentra perdida en algún lado de mi ser, en un pequeño y oscuro recodo en donde no podré sacarlo jamás. Mi remordimiento es mi consuelo, es la única forma de saber que aún respiro y no he perdido los estribos de mi humanidad y de mis principios.

Es verdad que he sido un sacerdote y que he jurado devoción a los antiguos. Es verdad que debo obedecer tus mandatos, pero eso no establece que me encuentre obligado a servir a mis iguales, los hombres.  A pesar de que en tu nombre se dirigen, asesinan o realizan sus actos de “purificación y conversión”.

Ellos no son dignos de tu bendición y protección. Pero no he venido a confesar los pecados de mis semejantes. Redacto estas oraciones para estar en paz conmigo y contigo. Con la orden a la que he jurado lealtad. A la que he fallado, pero que a pesar de ello no estoy del todo arrepentido. Espero que disculpes mi insolencia, espero que mis actos hayan sucedido porque así lo has querido.

Sé que escuchas mis palabras, porque siempre lo has hecho y me lo has demostrado. Así que tomaré de pretexto y aprovecharé esa verdad para contarte con detalle la desventura más grande por la cual ha pasado mi corta vida, desde mi última confesión.

Mi relato empieza con la bendición que me concediste en Solstheim. El regalo de una amistad incondicional, el de Vigilancia. Mi mascota, mi amigo, mi can. Muchos años transitaron; y siempre a donde yo iba él me seguía, como tú, estando siempre a mi flanco y cuidándome de todo peligro. Recuerdo bien los días en los que mi labor como sacerdote me mantenía en la capilla por largas horas, sin embargo Lican estuvo siempre esperando ahí, en el mismo escalón que daba a la calle.

Creía, y aún lo hago, que realmente lo mandaste para mantenerme seguro y que cumpliera mi sagrado labor. Fue así que cuando la corona me mandó a llamar para llevar tu palabra a otros lugares descubiertos por el hombre, a Millturn para ser más exactos; me decidí en llevarlo conmigo. La corona me ofreció navegar con mis pupilos, que además eran mis  propios hombres de escudo. Yo acepté la propuesta con el único requisito de poder llevar a Lican. Él estaría a mi lado porque así lo decidiste y asimismo, porque nunca lo dejaría solo.

Así es como el rey nos mandó con muchas más embarcaciones a aquel lugar lejano para que pueda cumplir con la obligación que se me había impuesto. La idea de dejar mi lugar de origen y mis comodidades no me incomodó del todo. Lo que realmente me intrigó fue una ligera sospecha sobre las intenciones de los hombres a quienes yo servía.

En la travesía hacía Millturn, Lican cayó enfermo por una gripe. Yo lo cuidé e imploré para que se mantuviera a salvo, sin embargo mis esperanzas de verlo con vida disminuían con el pasar de los días. Al cabo de 1 semana más escuché el grito: ¡Tierra a la vista capitán! el sol caía  y manchaba de rojo el cielo, lo único que deseaba, al llegar a esa tierra de nativos de los que me sorprendí, era buscar agua para mi can. En aquel momento del desembarco, uno de los naturales se acercó hacia mi con un gesto de preocupación, intentando coger a mi mascota. Yo del recelo que tenía negué la cercanía de cualquier fulano.

Entonces sin previo aviso, una mujer con un neonato en brazos se acercó lentamente a Vigilancia, mirando a este en todo momento. Le acarició la cabeza y continuó observándolo con mucha atención. De un momento a otro, ella buscó algo en el bolso que traía colgando, extrajo una recipiente parecido a una botella hecha de barro. Por alguna extraña motivación la mujer me transfirió su calma y paz, entonces me solicitó permiso con sus gestos corporales para darle el brebaje a mi canino amigo. Yo cedí y respondiendo con el mismo lenguaje le entregué a mi can, al quien ella con mi ayuda recostó en la cálida tierra …

Travesía