El sol iluminaba toda la quinta, el aspecto rural y el claro paso de los años dejaba muchas cosas a la imaginación. Sus decadentes edificaciones y el destierro del lugar causaban la sensación de observar algo olvidado. Y a pesar de las tremebundas historias y mitos que se inventaron sobre el recinto, existen cuatro familias que la habitan, cuatro familias que la cuidan.

Un grupo de jóvenes interesados por la mística temática se envalentonaron a sí mismos para visitar aquel sitio, ahí conocieron a Miguel Vásquez, uno de los señores encargados de conservar el lugar. Con un aspecto decaído y serio, pero no por eso débil, sino que por el contrario, con una fuerza inconmovible. Él explicó cortantemente que el territorio era privado y que no se le permitía el paso a los civiles, sin embargo hizo una excepción con ellos. Al parecer les cayó bien o simplemente extrañaba ver rostros curiosos. El cancerbero aclaró que la quinta tenía sus propias cámaras vigilando, por si los chicos intentaran algo estúpido, y así inició el pequeño recorrido de los jóvenes.

El lugar era más grande de lo que ellos idearon, las pequeñas calles guardaban el aspecto de unión vecinal y de comunidad que existió alguna vez. Las pistas fueron hechas con pequeñas piedras, aunque con los años se le agregó asfalto y un rompemuelles a una esquina, tal vez por los mismos vigilantes. Todo indicaba que hace algún tiempo transitaron vehículos por aquellas callejuelas, aunque no se encontraran vehículos dentro de la quinta.

Las edificaciones, en su mayoría estaban en un muy mal estado, según los guardianes no tenían ya nada más que solo escombros dentro. Los saqueadores habían arrasado con todo hace años atrás, un tiempo en el que aquellos cuidadores no vigilaban aún. Dentro de las casonas profanadas existía una oscuridad fúnebre que causó temores en los jóvenes.

Sin embargo, el Don Miguel Vásquez comentó que no había nada que temer, que el sitio era mucho más seguro que las mismas calles de fuera de Barrios Altos. “Yo nunca he presenciado nada aquí, a pesar que mis colegas me comentan que escuchan cosas por las noches”, respondió con cierto orgullo. Don Vásquez aclaró que todos los cuentos que se susurran sobre el dominio son solo eso, puro cuento.

Lo único que le inquieta del lugar son los indigentes, los ladrones, los ebrios o los drogadictos; que rara vez entran a husmear. Recordó que una vez tuvo que enfrentar a uno de ellos en conjunto de sus compañeros. El yonqui tenía una botella rota en la mano y movía su brazo cual demente cuidando de sus pertenencias, recordó también que si no hubiesen llegado a tiempo sus compañeros no hubiese controlado la situación, y que tal vez incluso no estaría en ese momento contándolo. Luego de saciar la curiosidad de los muchachos, les guió a la salida.

Los jóvenes agradecidos se despidieron, Don Vásquez les indicó que tengan más cuidado fuera de la quinta, pues el verdadero peligro de Barrios Altos son los propios vivos y no los cuentos. “La quinta está olvidada por todos chicos, y con ella nosotros. Mucho cuidado allá afuera”.