Se habían cometido ya más de 200 muertes por blasfemia y brujería. Eso apenó mis humores, porque la impresión que aquella mujer me dió fue el de opinar que los indígenas de esta tierra eran de amistosos y abiertos a nuevas ideas, pero me encontraba en un desacierto. Los días pasaron, yo cumplí con mi deber como se me fue asignado, no negaré que ocurrieron muchos inconvenientes y que se me complicó mucho mi labor al tratar de no encomendar algunas muertes por justificación divina. Eso conllevó a que mi reputación se vea tergiversada además de ganarme cierta antipatía por mis demás colegas.

Ellos temían de mis actos y desaprobaban muchos de ellos, pero continué y luche por no caer en sus trabas. Inclusive, un rumor llegó a mis oídos, que afirmaba que varios compatriotas míos me querían de regreso a Solstheim. Aún así no caí y continué por ti señor, porque sabía que tú me seguirías protegiendo.

En esos días aprendí el idioma de los nativos, uno al que llamaban argoniano. Aprendí lo más pronto posible para poder predicar la divina palabra, pero lo hice también para poder comunicarme con la joven madre que ayudó a Vigilancia. No había olvidado aún el gran favor que me había brindado. Por esa razón, en muchas ocasiones le llevé a su familia presentes y alimentos. No pasó mucho para saber cuál era su nombre, Aida se llamaba y su hijo Vilkas. No le pregunté por el padre de su niño porque sabía que no era un amigo para él y no quería forzar ninguna relación. Mi intención era preguntarle yo mismo a aquel señor.

Pasaron así unos dos meses y medio aproximadamente, y mi admiración por estos nativos se incrementaba, su manera de sobrevivir a la naturaleza y su forma de vida aún me desconcertaba. Ellos difícilmente contraían alguna enfermedad, su protección era natural y resistían los climas extremos, resistían el abrasador sol.

Pese a esto, varios compañeros de Solstheim se resistían a aprender las habilidades y las formas de vivir del lugar. Ellos por el contrario querían imponer un estilo de vida que era casi imposible de entender para los pobladores de Millturn. Y ese era uno de los más grandes errores de mis compatriotas. Durante mi estancia, presencié muchos asesinatos y abusos contra los aborígenes, no pude evitar muchos de ellos y eso me decepcionaba en gran medida.

Un día mientras me dirigía a visitar a Aida ocurrió algo nefasto. Yo andaba cerca de su casa cuando de pronto observé que Lican se alarmó. Traté de ver que le ocurría, pero entonces este echó a correr directamente a la casa de Aida. Yo me inquieté y solté los presentes que pensaba obsequiar. Corrí lo más rápido que pude a aquella humilde casa.  Y entonces vi el horror que trataban de hacer dos soldados con la dama, mientras otro apuntaba con la espada el cuello del marido.

El perro se había lanzado directamente a la pierna de uno de los soldados mientras el otro intentó asesinarlo con su espada. Yo grité con una voz que salió con gran potencia: ¡Alto en nombre de Talos! y todos los que se encontraban en aquel lugar se detuvieron. ¿Qué se supone que están tramando soldados? pregunté. Pero ellos se limitaron a responder – Solo cumplíamos nuestro deber-.

Con gran pesar y defraudado les ordené a los deshonorables soldados que abandonaran el lugar y que se dirigieran directamente a su cuartel. Mientras tanto Lican gruñía en todo momento a mi lado.  Aquella tarde fue el comienzo de algún error que cometí más adelante. En ese momento ayudé a Aida que por alguna bendición no llegó a ser ultrajada, su esposo se encontraba malherido por golpes y su hijo solo lloraba por el terrible suceso.

abrasador